Recuerdo que a mis 20 años estaba convencida de que cuando cumpliese 30 iba a tener mi vida resuelta. Había asumido que esa incomodidad que sentía eventualmente desaparecería por arte de magia, porque "con el tiempo todo pasa, el tiempo todo lo cura" ¿no?

Sin embargo, los años pasaban y nada cambiada. Es más, la vida me confrontaba con más y más experiencias dolorosas e incómodas como si quisiera obligarme a que viera esa parte de mí que yo tanto resistía. Pero mientras más me aferraba a mi parte lógica, peor me iba.

Hasta que un día ya me había dolido demasiado. Me había equivocado tanto, había perdido mucho en todos los aspectos de mi vida, me había causado mucho daño a mi misma y a muchos a mi alrededor.
Finalmente me dejé de resistir porque ya no me quedaban fuerzas y tuve que aceptar sentarme a tomar un café con esa parte de mí que tanto había ignorado. Le dije que no tenía idea de cómo ayudarla pero que haría lo que tuviese que hacer.

Empecé mi búsqueda incansable por encontrar respuestas. Golpeé muchas puertas hasta que Esther Iturralde llegó a cambiarlo todo, a decirme que si quería sanar mis heridas tenía que sentir. Mi cuerpo se contrajo, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario.